⛧ — Stigmata | Diario de Semi Vampirismo | Peggy Ross

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    Peggy Ross
    Semi-vampira
    Quirriel

    ⛧ Stigmata ⛧
    página I


    De todas las cosas que podrían llegar a pasarme, jamás imaginé que me convertiría en uno de esos híbridos que tanto odiaba. ¿Un castigo divino? Puede ser. Aunque personalmente prefiero verlo como un reto, como una dificultad añadida que puedo usar a mi favor para beneficiarme de mi nueva condición.



    Sin embargo, querido lector, no quiero que te confundas. Sigo repudiando a cada uno de los híbridos que intentan utilizar su patética capacidad mágica para, valga la redundancia, utilizar magia, aunque yo ahora sea también una de ellos. Nada de eso ha cambiado. Desde que empecé a sufrir cambios en mi apariencia externa tales como la palidez de mi piel, la fragilidad de la misma al entrar en contacto con los rayos solares, mi repudia al ajo y a la plata y, por supuesto, mis incesantes ganas de consumir sangre para alimentarme, decidí abrazarme con más fuerza a esa parte vampírica que poseo en contraparte con mi parte mágica, pues en cierta medida no me considero alguien digna de la magia y de sus poderes siendo una impura más por culpa de alguno de mis progenitores.

    Pero no todo es tan malo como parece. Probándome a mi misma en la casa de mis padres pronto me di cuenta de que en el combate físico no hay nadie que me iguale. No sólo soy más ágil, sino que también soy mucho más fuerte de lo que era antes. Además, y por si fuera poco, puedo oler, ver y escuchar a grandes distancias tras ver agudizados todos mis sentidos fruto de mi transformación. Como siempre digo, todo en esta vida tiene sus ventajas y sus desventajas. No hay nada perfecto, y esto no iba a ser menos.



    Volviendo al principio, no negaré que el cambio fue algo difícil de digerir. La incertidumbre de saber qué es lo que me estaba ocurriendo fue catastrófica, llegando a pensar que podría estar sufriendo algún tipo de enfermedad. Aquella supuesta enfermedad se acabó convirtiendo en algo que me cambiaría la vida por completo, aunque, visto desde otra perspectiva, todo esto iba a ocurrir sí o sí, no es como si se pudiera haber evitado. Desde mi nacimiento he estado condenada a vivir esta vida, a ser un vástago sediento de sangre que haría prácticamente cualquier cosa para deleitarse de ese glorioso néctar de color granate que recorre nuestras venas y arterias constantemente bombeado por nuestro corazón. A día de hoy sigo ocultando mi condición excepto para unos pocos. Niko fue el primero en enterarse y, a su vez, el primero que me aceptó tal y como soy. Después vino la profesora Black, también tutora de la casa Ravenclaw, con la que tuve una agradable conversación sobre mi nuevo yo en la que, a su vez, me recomendó que hablase con una medibruja aparentemente especializada en vampiros o semivampiros; la señorita Lestrange.


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    Durante las vacaciones de navidad de este mismo año, visité a la medibruja en cuestión junto a Nikolai y, gracias a ella, pude llegar a aceptarme a mi misma de una vez por todas. Tenía una bestia en la cabeza, una bestia a la que debía domar para evitar que saliese. Esa bestia solía aporrear los barrotes que la mantenían encerrada, pero lo cierto era que muchas veces conseguía salir y, casi como si me poseyera, me obligaba a ir de caza por los alrededores del castillo durante las madrugadas. Mi visita a San Mungo cambió mi vida en el sentido en el que ahora, en lugar de tener que ir siempre a cazar, podía adelantarme a la bestia acudiendo al hospital o a la enfermería escolar en busca de bolsas de sangre de las que alimentarme.

    Por ahora me mantenía a salvo a mi y a los míos, pero… ¿Cuánto duraría en descontrolarme?.

    página II


    Las bolsas de sangre no fueron suficientes. Supongo que fui una ingenua al pensar que un par de visitas a la enfermería serían bastante como para calmar el ansia. Me equivocaba. Cada vez que pruebo una sola gota de sangre es una sensación indescriptible, el clímax al que se llega es simplemente algo único en el mundo.

    Pero como te puedes imaginar, la obtención de sangre no es algo sencillo en un lugar en el que la vigilancia hacia el alumnado es plena. No solamente tengo que preocuparme de los profesores, sino también de los prefectos, delegados, cuadros, estatuas y un sinfín más de factores. Por el momento solamente he probado la sangre humana en una ocasión y ni siquiera fui yo quien la extrajo. Nunca he mordido a un humano, pero sí que reconozco haber acabado con algunos animales para mi propio disfrute. Me he ido dando cuenta de que la caza es algo trepidante e incluso divertido, pero también peligroso. Por suerte para mi, aún no he tenido ningún percance durante esas noches.




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    Mi última víctima fue un pequeño roedor al que pillé desprevenido en una de mis escapadas. Fue suficiente para llenarme en aquel momento, pero contra más pruebo la sangre animal, más curiosidad me da la humana. Creo que... quiero volver a probarla.

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